Dioses
13:09
Caronte
se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su
cansancio.
Para
él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos
de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se
habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en
un pedazo de Eternidad.
Si
los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario, esto
habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos
iguales.
Tan
grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si alguna
luminosidad se demoraba entre los muertos, en el rostro de alguna
reina como Cleopatra, sus ojos no podrían percibirla.
Era
extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales
cantidades. Llegaban de a miles cuando acostumbraban a llegar de a
cincuenta. No era la obligación ni el deseo de Caronte considerar el
porqué de estas cosas en su alma gris. Caronte se inclinaba hacia
adelante y remaba.
Entonces
nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a
nadie desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses
saben.
Entonces
un hombre llegó solo. Y una pequeña sombra se sentó
estremeciéndose en una playa solitaria y el gran bote zarpó. Sólo
un pasajero; los dioses saben. Y un Caronte grande y cansado remó y
remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.
Y
el sonido del río era como un poderoso suspiro lanzado por
Aflicción, en el comienzo, entre sus hermanas, y que no pudo morir
como los ecos del dolor humano que se apagan en las colinas
terrestres, sino que era tan antiguo como el tiempo y el dolor en los
brazos de Caronte.
Entonces,
desde el gris y tranquilo río, el bote se materializó en la costa
de Dis y la pequeña sombra, aún estremeciéndose, puso pie en
tierra, y Caronte volteó el bote para dirigirse fatigosamente al
mundo. Entonces la pequeña sombra habló, había sido un hombre.
-Soy
el último -dijo.
Nunca
nadie antes había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie antes lo
había hecho llorar.
Caronte,
Lord Dunsany
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