Joyas
08:12
... una
tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas
de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había
empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la Bella, estaba
transparentada por una palidez intensa.
-¿Te
sientes mal? -le preguntó.
Remedios,
la Bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo
una sonrisa de lástima.
-Al
contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.
Acabó
de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le
arrancó las sábanas de las manos y las desplegó con toda su
amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de
sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en
el instante en que Remedios, la Bella, empezaba a elevarse. Úrsula,
ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la
naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced
de la luz, viendo a Remedios, la Bella, que le decía adiós con la
mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con
ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las
dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las
cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre.
Cien
años de Soledad, fragmento. Gabriel García Márquez
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